Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo
los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de
piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno
tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y
los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son,
pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez
llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive
mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos
los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con
menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un
toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario